MiradorSalud
En el último siglo, las vacunas han constituido la manera más eficiente y de menor costo para librarnos de las enfermedades infecciosas y reducir la mortalidad. Las vacunas salvan entre 2 y 3 millones de vidas cada año.
Sin embargo, las enfermedades crónicas están ocupando el lugar de las infecciosas ahora controladas con las vacunas; una de ellas es el cáncer, la causa de muerte que crece con mayor velocidad de las enfermedades no transmisibles. Cada año el cáncer drena 900 billones de dólares a la economía mundial. Por ejemplo, en China, India y Rusia, que ostentan el 40% de la población mundial, la incidencia de cáncer ha aumentado rápidamente y su mortalidad duplica a la de los Estado Unidos y Gran Bretaña.
Las vacunas existentes contra el cáncer persiguen prevenir aquellos causados por virus como son los casos de la hepatitis B, que causa cáncer de hígado y del virus de papiloma humano (VPH), responsable del 70% del cáncer cervical. Estas vacunas se aplican a personas sanas para evitar que se enfermen de cáncer. A la par, existen las vacunas terapéuticas que se aplican a una persona enferma, como es la vacuna contra el cáncer de próstata (Sipuleuce-T), la única aprobada por la FDA hasta ahora.
Sin embargo, la mayoría de los tipos de cáncer no son causados por agentes infecciosos que puedan prevenirse con vacunas. Por el contrario, la mayoría de ellos necesitan una vacuna inmunoprofiláctica o terapéutica que estimule el sistema inmune del paciente y pueda combatir un cáncer ya desarrollado. Estas vacunas inducen una respuesta que ataca y destruye las células cancerosas con el fin de detener el crecimiento del tumor, reducirlo, prevenir la reaparición de nuevas células o para eliminar aquellas que no han sido destruidas por otros tipos de tratamiento.
Para desarrollar una vacuna terapéutica eficaz es muy importante conocer cómo interactúan el sistema inmunológico y las células cancerosas. A menudo, el sistema inmunológico no reconoce como extrañas estas células porque, por ejemplo, contienen tanto antígenos normales como los específicos asociados al tumor (TAAs, por sus siglas en inglés), en consecuencia no se desarrolla la respuesta necesaria para eliminarlas. Por otro lado, el cáncer es un experto en evadir la respuesta inmunológica.
La vacuna Sipuleuce-T para tratar el cáncer de próstata avanzado, no dependiente de la terapia hormonal, pertenece a este grupo de vacunas. Sipuleuce-T es una autovacuna que consiste en la extracción de células presentadoras de antígenos de la sangre del paciente, las cuales son incubadas con la proteína fosfatasa ácida prostática (PAP), un antígeno presente en la mayoría de los cánceres de próstata, y luego fusionadas a otros factores para estimular la respuesta inmunológica. Las células tratadas entonces son inyectadas por vía endovenosa al paciente. Este tratamiento no cura pero prolonga la vida, además de que es limitada su aplicación por la metodología para extraer las células mediante la leucoforesis. Al mismo tiempo, su eficacia clínica ha sido cuestionada últimamente.
En la actualidad, existen numerosas vacunas terapéuticas en procesos de estudios para el cáncer de vejiga, cerebro, seno, cervical, linfoma Hodgkin, riñón, pulmón, páncreas, colorectal, carcinoma y melanoma, entre otros.
El espectro de las estrategias utilizadas para estas vacunas es amplio e incluye la utilización de proteínas o antígenos (TAAs) con adjuvantes, virus u otros microorganismos recombinantes, células tumorales muertas y células dendríticas activadas, una de las más utilizadas por su capacidad para iniciar la respuesta inmunológica. Sin embargo, todas estas estrategias tienen sus fortalezas y debilidades asociadas al antígeno utilizado, al estadio de la enfermedad, al adjuvante y al uso combinado con otras terapias o con inhibidores de los supresores inmunológicos. Por ejemplo, las vacunas contra el cáncer de próstata en los estudios clínicos han mostrado una respuesta inmune pero no han demostrado una evidencia de mejoría clínica importante, lo que sugiere que podrían ser eficaces como vacunas profilácticas pero no como terapéuticas. Es decir, esta un área muy compleja que necesita novedosas estrategias.
Por otra parte, se ha mostrado que las vacunas anticáncer en combinación con estimuladores del sistema inmune o inhibidores de la supresión de la respuesta aumentan la respuesta antitumoral. También se está demostrando la utilidad de la aplicación de vacunas en conjunto con quimioterapia o radiación, combinación que expresa un efecto sinérgico entre ambos tratamientos, como se ha visto con la vacuna Prostvac para el cáncer de próstata.
En general, la situación actual de los estudios clínicos de las vacunas contra el cáncer muestran que funcionan mejor en pacientes que no hayan recibido muchos tipos de tratamiento, lo que es poco frecuente en los sujetos que participan en este tipo de estudios, a causa de la alta toxicidad de los mismos. Con todo, hay dos vacunas que han mostrado resultados positivos en estudios fase III para tratar el melanoma y el linfoma folicular. El resto ha mostrado resultados mixtos que no benefician al paciente como se esperaba.
Para concluir, existen medidas preventivas, como el tipo de alimentación, que pudieran evitar la transformación de células cancerígenas, que todos poseemos, en cancerosas. MiradorSalud ha publicado varios artículos en esta dirección. Por ejemplo, el azúcar es un buen combustible para el cáncer, la leche es otro estimulante y el ambiente ácido, promovido por el consumo de alimentos cárnicos, permite la proliferación de las células cancerígenas. Ya se demostró que el consumo de carnes aumenta el riesgo de cáncer en el seno, en cambio, una dieta rica en vegetales, frutas, granos y frutos secos estimula un ambiente básico, lo que reduce el riego de cáncer.
En general, en el campo de las vacunas para el cáncer, el camino científico no ha sido fácil y hay mucho que transitar.
Irene Pérez Schael
No hay comentarios:
Publicar un comentario